Las personas en cuestión cambian, pero la situación es
siempre la misma. Yo empiezo siendo descreída, la Summer de la película. Está
todo bien, pero no quiero nada serio, no quiero que me agobien, no quiero
perder mi libertad, no quiero dejar de hacer las cosas que me gustan, no quiero
ceder, quiero seguir siendo amiga de mi soledad.
Tiempo después cuando ya empiezo a acostumbrarme a tener con
quien charlar todo el día, que se empecine en
conocerme y se interese por mis cosas, me termino enganchando. Un 30% de
mi cerebro sigue repitiendo el decálogo de un párrafo más arriba. Mientras
tanto, el otro 70 empieza a encariñarse con la idea de armar algo a futuro, jugándome sumamente en
contra: hago escenas, vivo pendiente del teléfono, stalkeo más de lo debido, hago
reclamos, empiezo a extrañar y a querer más de lo que me dan.
Resultado: Rompo demasiado las bolas, no me banco ni yo.
Termino sola.
Moraleja: Si quiero que las cosas cambien, tengo que
cambiar.