Cuando yo era una niña e iba a la colegio, lo que más me gustaba era cuando salíamos de excursión o cuando hacíamos experimentos. Hacer experiencias me encantaba, así implicase un jugo de repollo hervido con un olor asqueroso.
Hace unos días, mientras disfrutaba de mi tiempo libre pensé: “Las experiencias lo son todo “y elaborando un poco mas ese pensamiento en estas líneas, me doy cuenta que definitivamente es así. Que las experiencias a cada uno de nosotros nos conforman y nos hacen ser como somos, nos hacen ser quienes somos.
Cada momento, cada situación es un experimento, y nosotros seríamos en ella un elemento de la lista de materiales. Somos un material, que en diferentes circunstancias va mutando, creciendo, desapareciendo. Jamás sabremos quién es el científico que nos manipula ni que es lo que quiere probar de nosotros.
De lo malo que nos pasa se aprende, quizás mucho más que de las cosas buenas. Lo bueno se disfruta en el momento y pasa porque era lo “esperable” o lo que se deseaba. Pero cuando algo nos agarra desatentos y actúa a modo de tormenta que desequilibra la estabilidad en la que estábamos inmersos, ahí es creo donde más aprendemos, lo que más nos marca, sería como el experimento de germinación, el poroto tiene q estar pegado a un vidrio viendo el afuera, pero inmovilizado por el papel secante, se la banca, y después da brotes, crece, se expande, vive.
Aunque en el momento no podamos darnos cuenta, pasar por momentos malos tiene su lado positivo, te deja algo, como si fuese un cuento con moraleja. Nos da herramientas para poder enfrentar problemas futuros de una manera más madura si se quiere, o funcionan brindándonos una nueva perspectiva para ver las cosas.